domingo, 9 de noviembre de 2008


Un secreto que fabrica curiosidad.

Se dice muchas veces que una película no hace honor a la novela en la que se basa.
Viendo “Un secreto” tuve la misma asociación. Pero con una particularidad: no leí la novela, ni sabía de su existencia. Sin embargo, imaginé que una hipotética lectura me habría dado plenamente el sentido que aquí se me traspapela o se me escamotea. O sea, solo puede apoyarse mi sensación de “echar de menor” a la incomodidad de que algo falta.
Así funcionan el mito. Construcción discursiva donde pretendo encontrar la respuesta a mis preguntas.
Y las preguntas siempre tienen cría.
Su acumulación se vuelve tan caótica que muchas veces se pierden sus filiaciones (la filiación es LA pregunta por antonomasia) y desaparece la original en la multitud. Generalmente una pregunta inocente, que se torna nefasta a partir del escamoteo de la respuesta. “A la marosca! No me imaginaba que la respuesta a mi pregunta tuviera doble fondo.”
François Grimbert tiene 7 años y se aburre en su hijounicato. Solución, se inventa un hermano fantasma.
Pero no cualquier hermano. Es uno que sería más satisfactorio para el padre. Un hermano atlético.
Y esta podría ser TODA la película. La película que se hace François a partir de su pregunta. Por qué papá está disconforme? Qué le falta? Está deprimido? Estaría más feliz con un hijo distinto?Su neurosis. El hermano imaginario (de) también es hijo (de) como respuesta sintomática. Si mi padre tuviera un hijo capaz de causarle satisfacción…
En donde empezamos a encontrar la mecánica de un cierre imposible. Porque su respuesta (hermano imaginario) no es grata al padre al que trata de agradar, porque no contesta la pregunta que el tiene a su vez. ¿Por qué dos padres tan fuertes han tenido un niño tan debilucho?
Pregunta tan atlética como racista. El niño acusó en la balanza 2,300 Kg. Frustrante para alguien tan pendiente de las marcas, obsesionado por superarlas.
Marcas del judaísmo, marcas deportivas. Si la nueva marcación es inferior, no se la registra. Es fallida. Se intenta inútilmente borrarla. De dejarla atrás, en el olvido.
Esta doble vía de: por un lado recordar, asociar, entender, buscar lo faltante que dé sentido y por el otro, ir encontrando a su paso elementos que abren más y más los interrogantes se traduce en el relato con ese ir y venir por las épocas, en ese zapping de la memoria que termina produciendo un relato con el juego de sus elementos. Una página virtual llena de palabras en “azul” que remiten como hipervínculos a otras páginas. Algunas de las cuales presentan el cartelito “imposible acceder en este momento”. El ciberespacio también está trunco. Y nos deja con las ganas.
Y el ansia intelectual de hallar una completud satisfactoria –una buena forma- se proyecta a un supuesto más allá que se descompleta en forma incesante
Produciendo a su paso pequeños infinitos de lo más acá que se oculta. Así actúa “un secreto”. Produciendo una serie inagotable de secretos, develados por aquel que tiene el deseo y la amarga certidumbre de no ser el deseo secreto del Otro.
François le ofrece al padre la imaginación de una familia ideal –olímpica-con el secreto deseo de ser su alegría.
Su rechazo abre la búsqueda de esa otra historia, (de la que solo queda un juguete) que tiene el peligro latente de ser fascinantemente trágica. Pero es redundante. Convendría tomarla como un sueño donde los personajes son dobles del yo del soñante.
En ella, Hanna al momento del casamiento actúa como François entregando su fantasía, imaginando a su marido más acorde con el estilo deportivo de su cuñada y precipita en él un deseo, en un modo que es más de recordman que de seductor, de conseguir la nueva marca. No puede resistirse al desafío. Y se empeña. Aunque finalmente queda reverberando entre ambas historias
El final tremendo de Hanna y Simón daría para una tercer película. Que nuevamente aparece brotando del interior de la anterior.
El hallazgo es no colocarla como epílogo sino como destino de unos personajes secundarios cuya muerte podría encandilar.
Bien sabemos desde Freud en el callejón sin salida que significa quedarnos identificados al paciente en la contemplación impotente de la dimensión aciaga e irreparable de un trauma. Nuestra tarea siempre es ir más allá.

Todo esto tiene que ocurrir en Alsacia y nos lleva al registro histórico y político. Esa región tranquilamente puede soñar con un doble. Eso le hubiera ahorrado muchas lágrimas fruto de las disputas entre Francia y Alemania a lo largo de los últimos dos siglos.
Y resulta que son dos Alsacias
Una desea y perdida en la(s) guerra(s), otra presente y triste teniendo que cargar con una historia que no le permite sentirse tan orgullosa.
En este sentido, este relato se presenta como una bofetada al espectador francés. Presidencia de Pierre Laval en el régimen de Vichy. Algo que los franceses preferirían no recordar.
Porque denostar al nazismo es un consenso y se presenta como políticamente correcto, pero en este caso la película apunta a la intencionalidad del borramiento de la marca vergonzante: el colaboracionismo. Policía francesa entregando niños judíos franceses al ejército alemán.
Mejor no recordar. Mejor no quedarse tanto mirando el pasado ¿les suena?
Papá. Qué hiciste tú en la guerra? Tomaste las armas contra el opresor? O eras policía para ellos? O te dedicabas a bucólicas tareas agrícolas para la grandeza de la patria como nuestro esforzado “campo”? O leías a Heidegger? (cualquier semejanza con la vida real es una simple coincidencia, pero supongo que ante una pregunta semejante Lacan carraspearía).

Y esto tiene una innegable actualidad.
Al cabo de la Segunda Guerra Mundial, en Francia no solamente se enjuició y fusiló a Pierre Laval sino que en la zona de Alsacia se enjuició a 13000 colaboracionistas. Uno de sus delitos, perseguir y entregar judíos.

En forma análoga para los argentinos ¿no tenemos un secreto que los juicios por los derechos humanos se empeñan en denunciar? ¿la atrocidad se agota en los genocidas o tenemos que recordar a sus cómplices y encubridores?

Luis Michi