lunes, 18 de agosto de 2008

Pequeña apostilla a “Tú, yo y todo lo demás”


Decir una buena película es una formula ambigua. Algunas nos parecen buenas por lo impactante, otras por lo grandiosas, otras, en cambio, nos atraen suavemente porque nos entregan imágenes y sensaciones que vamos degustando y paladeando poco a poco, como esos caramelos duros que se conservan largo tiempo en la boca.

Si además nos invita con una economía de recursos, una sencillez del relato y una postura humilde de querer solamente contar una historia, nos va conquistando con el paso de las horas y retornando agradablemente en la evocación.

Y aquí estamos, dando cuenta de esas evocaciones y de los disparadores de líneas de pensamiento que tienen a esta película como punto de partida.

Decir que trata sobre el amor es correcto, pero sitúa muy poco. Propongo ubicarla en la intersección del amor con las artes plásticas

Christine Jesperson comienza haciendo un monólogo con el micrófono y frente a la cámara mientras van apareciendo los títulos. Se ve que tiene mucho que decir. Una interioridad rebozante de expectativas. Ansiosa por entregar todo. Personifica a la amante perfecta. Promesa de amor a quien quiera recibirlo
Lo que lleva a la presentación de quien será su amado Richard Swersey, en el momento en que es arrojado de su casa por su esposa ante la aparente indiferencia de sus hijos. Nadie lo ama. Su inmolación de pacotilla a nadie inmuta y se lastima por haber olvidado el saber de la magia. El viejo truco de hacer creer que se entrega. Su número ya no impresiona a este público.
¿Pero Richard no ama?
Por supuesto que sí.
El a su vez es amante de…un pájaro.
Maravillosa metáfora del amor. Se extasía con un pájaro en la rama del árbol. Prolonga indefinidamente el instante de la mirada. Literalmente su amor sale por la ventana hacia esa belleza que está ahí y a la que solo cabe contemplar ya que forma parte inherente de su hermosura lo que tiene de fugaz e inasible. Su libertad.
¡Qué lindo sería capturar esa hermosura para siempre!
¿Cómo?
Richard tiene un cuadro. Una fotografía de ese pájaro. Estará siempre con él. ¿Será lo mismo?
Interesante para tematizar la tensión entre el instante de amar y la eternidad del amor
Entre el goce (estético en este caso) y la obra de arte. (aquí es una burda reproducción indistinguible de millones iguales) entre una relación de amor standard y un amor singular.
¿Será por esto que su esposa le está dando el olivo? ¿Descubrió que no era ella la amada?
Hay mujeres que no soportan a los hombres-pájaro. Los llaman picaflores. Algunos lo son, otros son simplemente mirones. La película no lo explicita mucho. Lo echa con cuadro y todo.

Pero aquí tenemos los elementos suficientes para el pequeño drama que es el argumento central.
Relatado de un modo tierno y sinfónico con el resto de las historias que se cruzan y hacen coro de la temática del amor y del encuentro y del desencuentro y de la tenue desesperación del laberinto que deja a los personajes más perplejos que angustiados.
Un amor puede durar un instante, una cuadra, 20 años o “hasta que seamos viejitos”. Pero es inevitable espiar qué hay más allá de la esquina. ¿Qué pasará cuando termine? ¿Qué quedará?
Una relación de amor puede idealizarse como tú y yo. Las almas gemelas. La pareja. Pero bien sabemos que los zapatos son un par, y aunque nuevos –o sobretodo por ello- pueden lastimar en el mismo lugar que los viejos. Por más que uno encuentre la horma de su zapato.
Por todo ello, es un logro del film no caer en el final feliz. O por lo menos, no proponer una felicidad convencional.
Porque a continuación del tú y yo viene todo lo demás. Y eso no es simplemente elenco y decorado.
Retomemos el recorrido del cuadro.
En un rincón el pequeño hijo hace sus garabatos rupestres, deja sus marcas y establece que sobre el amor nadie puede decir la última palabra. Impresionante tarea la que corresponde a las nuevas generaciones de burlarse de lo que nos pareció sagrado. Inevitable graffiti que hace dar el paso que nos lleva de lo sublime a lo ridículo.
Y cuando finalmente Richard se da por vencido y llama para pedir ser conducido hacia la salida de su crisis, observa con otros ojos el desorden en el que vive y que deberá mostrar a Christine.
¿Qué hacer? Decide ocultar el cuadro.
No se deshace de él, lo que sería más lógico si quisiera simbolizar el deseo de empezar una nueva vida. Pero el cuadro simboliza otra cosa que un objeto de amor. Presenta la acción de amar, el punto de fuga de su narcisismo, su acto para siempre incorporado como deseo de “otra cosa”, la ventana que deberá siempre estar abierta.
Y Christine, a diferencia de su ex, se incorpora a la escena. La sostiene. Sugiere un mejor lugar para ese cuadro. En el árbol. Donde el pájaro queda “naturalmente” más lindo. Como buena artista plástica hace una Instalación. Abraza a Richard por detrás, lo atrapa, lo obtiene y llora porque en ese mismo instante sabe que nunca será suyo como soñó. Ahora tiene la foto de “su” pájaro.
En contrapunto, si en el amor singular la obra de arte es “todo lo demás” en la cacería de la directora del museo la obra es el “tú”, y el amor es el resto.

Christine busca ser reconocida como artista y termina incorporada como amante.
La curadora busca subrepticiamente su amor y encuentra al artista que buscaba. Alguien que exprese algo “como solo pueda hacerse en esta época”. ¿Dónde lo va a encontrar? En el Chat.
Como artista Christine ya es retro. Su desesperación es expresivamente sesentista. Mezcla de hippismo y existencialismo a “la americana” del cine indie. Sabe demasiado lo que quiere decir. Y eso es latoso.
Solamente el niño (porque sabe de su goce y no tanto de todo lo demás) explotará la técnica “actual” mostrando ese real que se pierde al apelar al lenguaje
Los recursos del emoticón. Del cortar y pegar. Del infierno ininteleligible del teclado y de la figurabilidad de la letra. Descomponiéndola y despojándola de los sentidos instalados. Abierto al proceso primario. Brutal.
Y desde esa precariedad de ser solamente un punto entre otros infinitos puntos, comas y puntos y comas inidentificables, el artista entrega su goce singular a la creación de una obra que condensa la tragedia universal
Y da curso a la más escatológica declaración de amor que uno se pueda imaginar: quisiera unir mi mierda a ti para siempre “ )) <> ((for ever”.

Luis Michi

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